El Nuevo País 17 de agosto de 2013
LA CUOTA DE SANGRE,
Martín Santivañez
El Leviatán tropical que el castrismo ha construido a lo
largo de sesenta años exige, de manera sistemática, una cuota de sangre. La legitimidad del modelo está en función al terror
que el líder y el partido son capaces de imponer. La cuota, ese
concepto que todo revolucionario convicto y confeso aprende en las
“escuelas populares”, es el pago que demanda la ideología para construir
aquí en la tierra el paraíso ácrata, el Edén del “hombre nuevo”, un mito apreciado por los remanentes del guevarismo. Así, el Estado regentado por los Castro, adecuando principios de la ortodoxia comunista a la realidad latinoamericana, ha seguido el viejo manual político esbozado por Marx,
el hombre que escribió, en un arrebato de sinceridad radical, que lo
suyo (y lo de sus discípulos) era “proferir gigantescas maldiciones”. En
realidad, lo que el castrismo ha hecho con Cuba es la hoja de ruta de todos los regímenes comunistas que han sido, son y serán. Todo se legitima si con ello se construye el futuro. Siguiendo esta lógica, la sangre puede y debe ser ofrecida en holocausto si con ello se consolida la revolución.
Por eso, no sorprende que un Estado construido bajo estas premisas ideológicas totalitarias y maniqueas, haya decidido asesinar a un opositor de fuste como Oswaldo Payá.
Sin logros económicos que ofrecer después de sesenta años de
mesianismo y estatolatría, los Castro sólo puede mantenerse en el poder
empleando en el frente interno, indistintamente, la coerción masiva o la aniquilación selectiva. Además, en el exterior, el castrismo disfruta del apoyo material del ALBA y de la complicidad política de ese bloque que algunos analistas denominan la “nueva izquierda latinoamericana”: el lulismo del PT, el socialismo chileno de la Bachelet, la confluencia peruana de Villarán, etcétera.
La realidad es clara: la “nueva izquierda” latinoamericana nunca ha
dejado de acudir a los besamanos que periódicamente organiza La Habana.
Este es el Estado policial que ha asesinado
a Oswaldo Payá después de perseguirlo durante toda su vida pública.
Esta es la tiranía clásica a la que Payá se enfrentó con valentía, fe y
decisión. Un despotismo que apela al miedo, al comisariato y al
“juicio popular”, apoyándose en el aplauso o el silencio cómplice de sus
parientes ideológicos. No es un Estado distinto a las dictaduras que edificaron muros, Gulags o campos de concentración.
El grado de refinamiento, la sofisticación que el instrumento de los
Castro ha desarrollado en la vigilancia y la represión sólo es
comprensible si tomamos en cuenta el soporte internacional, el paraguas
externo, la ayuda o el silencio de la comunidad global.
Oswaldo Payá no sólo era un obstáculo interno. Se había transformado en
un referente peligroso a nivel mundial. La lógica revolucionaria, la de
la cuota por el futuro, entró en juego materializándose en el asesinato
narrado en el mundo por Ángel Carromero. La
existencia, la propia condición vital de un líder que predicó el mensaje
de libertad, unidad y reconciliación era insoportable para un
Partido que se legitima desde hace seis décadas en función al miedo y la
división.
La muerte de Oswaldo Payá no es un crimen más de la dictadura castrista.
Su asesinato puede y debe generar una reacción internacional que
liquide la aspiración de convertir a los Castro, a punta de maquillaje,
en los autores iluminados de una “democracia popular” distinta, pero
tolerable.
España no debe pactar con el terrorismo de Estado.
Si quiere recuperar la iniciativa a nivel regional, el gobierno tiene
que denunciar las irregularidades del caso Payá, la ilegalidad del trato
a Carromero y la represión dictatorial que estrangula a la
oposición cubana día a día. El que guarda silencio ante la muerte de
Payá es un cadáver, un cuerpo inerte para la democracia. Porque
Oswaldo, el socialcristiano, encarnó siempre lo mejor de Cuba: la
síntesis por encima de las divisiones, la denuncia valiente ante el foro
internacional y la esperanza de un cambio real. Los otros, los
que han construido a fuerza de ideología una dictadura feroz y los que
callan movidos por falsos cálculos políticos, convergen en un mismo y
execrable resultado: la prolongación material de un Leviatán tropical
que exige en holocausto, cada cierto tiempo, la cuota de sangre de
los mejores hijos de la libertad.
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