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El venezolano de a pie, la gente simple, los honestos, los ciudadanos, que no les sobra ni el tiempo ni el dinero, los que constituyen esa mayoría silenciosa, cómo no van a indignarse ante la escasez. Cómo los mismos que tienen la muy legítima ambición de vivir en paz van a entender que el gobierno dude en aplicarle la ley a los motorizados, cuando se trata de un gesto de orden público. Cómo van a respetar un presidente que recibe anuncios a través de un pajarito y dice tener corazonadas respecto al avión presidencial.
Cómo no van a mostrar su rechazo, cuando descubren que 1.3 toneladas de cocaína salen del aeropuerto de Maiquetía sin control alguno, mientras a los pasajeros se les registra hasta el último rincón por una GNB cuya divisa es humillar. Cómo no van al cabo del tiempo y por sus propias vivencias a desafiar a la justicia, si ésta no hace su trabajo. La administración de justicia, dejó de actuar en nombre del derecho, para hacerlo a conciencia ideológica. No es solo un asunto de derecho, también está la moral.
El derecho como fuente de la ley, ésta a su vez es la emanación de la política, y la política es gobernada por la ideología.
La rígida ley del Trabajo es otro patético ejemplo. Fue votada por gente que ni trabaja ni tiene problemas económicos, y que además ven en el empleador, en el patrono, un enemigo. ¿Dónde está la igualdad tanto enunciada? Un régimen que se dice de izquierda y legisla contra la libertad de las personas.
Todo un dogmatismo arcaico y demagógico. Ante la ausencia de una oposición política, la cual yace distraída y desinteresada, provoca decirles que echen un vistazo a la izquierda alemana y a la derecha también.
Ni promesas, ni conciencia. Maduro no tuvo necesidad de hacer promesas de campaña. Practica una política flotante, persigue con furia toda vía de libre expresión y con la misma saña miente cada vez que se dirige a la nación. El descrédito originario, que le asedia, se pone en evidencia en su desastrosa gestión económica. Es tal el descontento que suscita, que la crítica es generalizada, en el clima de insatisfacción se incluyen todos los ámbitos. Escasez, inflación, devaluación, desempleo e inseguridad. ¿Era urgente que Maduro metiera sus narices en el affaire Snowden? Todo al principio parece hecho para chocar, para molestar, para irritar, para provocar.
Maduro luce empeñado en sumergirse en la arena movediza del rechazo, de la reprobación. Una pretensión aún más ridícula viniendo de un político sin credibilidad, sin popularidad. Un desprecio por los asuntos prioritarios, con una arrogancia insensata, pretendiendo una supuesta continuidad, de algo que fracasó.
Sin sorpresa, todo le estalla en el rostro. Bien sean decisiones de orden económico, social o de política exterior. Todo se plantea y se implementa con el objetivo de crispar, lo cual no hace otra cosa que aumentar la decepción y el descontento producto de una política económica incomprensible.
Su empeño por abarcarlo todo, en su política de destrucción, lo convierte en el blanco de las críticas que suscitan sus políticas, al punto que comienzan a recaer sobre él culpas de las cuales no es directamente responsable.
Eso en política, se llama una severa crisis de autoridad. Producto de una ambición desmesurada, de compromisos inabordables, de decisiones puestas en entredicho apenas afrontan el mundo real, una mayoría legislativa insuficiente y deshilachada y la perseverancia en mantener un discurso confuso.
Resultado, un país al borde de la implosión. Sin duda una obra suicida. El desastre ya no se anuncia, está presente y el responsable no se da por aludido.

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