domingo, 28 de abril de 2013

opinión

Manuel Malaver 
La Razón / ND

El castrismo tras la muerte de Chávez y la derrota de Maduro

28 Abril, 2013    
El castrismo, y más específicamente, los hermanos Fidel y Raúl Castro, están pasando agachados ante las dos fatalidades que sin duda serán determinantes para que el chavismo pase como un movimiento político casi irrelevante en la historia de Venezuela y América Latina.
Y que les son perfectamente atribuibles, pues si no la hubieran cogido (cosas de viejos) por despedirse de este mundo jugando a comportarse como “gerentócratas colonialistas”, quien sabe si Chávez todavía estuviera vivo con un cáncer incurable, es cierto, pero de desenlace fatal lento, y Maduro, con su padre político y “biológico” respaldándolo desde un quirófano o la cama de un hospital, es posible que escapara a la derrota catastrófica que le aplicó Henrique Capriles en las elecciones presidenciales del 14 de abril pasado.
En otras palabras: que liquidando a Chávez al obligarlo a tratarse un cáncer de rutina con la medicina de un país del quinto mundo, los cubanos también le cavaron la fosa política a Maduro, quien, sin la guía del líder del cual dice le debe hasta la enseñanza de las primeras letras, no podía sino ir a su holocausto electoral.
Pero los Castro nunca fueron prudentes -y mucho menos pacientes-, y ya con 168 años encima y una carrera política que ha sido más producto de una cadena de golpes de suerte que de sus méritos, en cuanto vieron que se les acercaba la presa venezolana, se lanzaron a asaltarla, aplastarla, asfixiarla, y engullirla de la manera más rápida, cruel e implacable posible.
En definitiva, que no hubo piedad con los revolucionarios tardíos venezolanos, residuales y nacidos en el tiempo y el país equivocados, adolescentes de mente y cultura, y que para ganarse el amor de aquellos “héroes” que nunca habían dejado de idolatrar desde los años 60, corrieron a honrarlos poniéndoles a sus pies las inmensas riquezas del país.
Y Fidel y Raúl Castro, simplemente, las convirtieron en su tabla de salvación o sobrevivencia, como una vez había sido aquella Unión Soviética que les suministraba, desde equipos militares, hasta combustible, pasando por alimentos, calzados y vestidos para toda la población, mientras ellos se dedicaban a guerrear por el mundo y que exportando la revolución.
Comenzó entonces la desventura por la que Venezuela se transformó, por segunda vez en su historia, en colonia de un país extranjero, pero no ya de un imperio poderoso, expansivo y global como fue la España de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, sino de uno en ruinas, destartalado, y agónico al que simplemente se le pagaba para que nos explotara.
Claro, no sin antes barnizar la tragedia de una fantasía tan torpe como grotesca, tal fue rediseñar a América latina como la tierra prometida de la resurrección del comunismo y el totalitarismo que habían quedado enterrados en la Europa del Este después de la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, y promover una suerte de regreso de una “Guerra Fría” de bolsillo, por la que el castrismo, el chavismo y los países clientes que se le agregaran, se proponían barrer de la faz de la tierra al capitalismo, al imperialismo y a los Estados Unidos.
Tinglado que solo podía amalgamarse con una sola arcilla: las cantidades ingentes de petrodólares que empezaron a ingresar a Venezuela como consecuencia de un nuevo ciclo alcista de los precios del crudo (2003-2009) y que, lejos de emplearse en la solución de los problemas venezolanos, fueron a llenar las arcas de países “aliados” como Nicaragua, Ecuador, y Bolivia, pero sobre todo de los siempre necesitados “hermanos” cubanos.
A los cuales se les suministró absolutamente todo, o casi todo, tal como antes había sucedido con la Unión Soviética, pero no ya para exportar la revolución, sino para perpetuar una dictadura que, ya con sus “Padres Fundadores” devenidos en dos venerables octogenarios, era evidente que no se dirigía sino a la instauración de una dinastía.
Pero con la ayuda venezolana que significó recuperar el colapsado sistema eléctrico de la isla, reconstruirles refinerías obsoletas, carreteras, urbanizaciones, y escuelas y centro clínicos y hospitalarios, también se operó una ocupación cubana de Venezuela, con el emplazamiento de cuerpos de seguridad, toma de los sistemas de identidad ciudadana, y de registro de propiedades, y sobre todo, con la presencia de militares castristas en los cuarteles nacionales a quienes se les facultaba para participar en las reuniones del Alto Mando y en las operaciones de las FAN.
En definitiva que, la típica relación colonia-colonialistas, hasta que un suceso que no estaba en la programación de los revolucionarios, ni en la agenda de los asuntos humanos, vino a significar un cambio de 180 grados que hoy tiene a los colonialistas cubanos, y a los colonizados venezolanos haciendo las maletas para irse con su música a otra parte.
El presidente Chávez fue diagnosticado de cáncer de pelvis en La Habana el 10 de junio del 2011, y después de un año y siete de meses en que se le practicaron 4 operaciones fracasadas, y copiosos tratamientos de quimio y radio terapia también sin resultado, murió en Caracas el 5 de marzo pasado.
A este respecto, las preguntas son copiosas y urticantes: ¿Por qué los gobernantes isleños mantuvieron la historia médica de Chávez como un secreto de Estado, por qué nunca se supo cuál fue el origen, naturaleza y curso de su dolencia, por qué, una vez conocido que la medicina cubana no tenía los conocimientos ni los recursos para curar al paciente, no se le remitió a Venezuela, o a Brasil, donde había evidencia que podía ser tratado y curado? ¿Por qué no se conoce aún la autopsia del fallecido y se le mantuvo durante 84 días prácticamente fuera de contacto aún de sus familiares y amigos más cercanos como para que no emitiera opinión de cuál era su estado de salud y si se arrepentía o ratificaba a Nicolás Maduro como su sucesor?
Porque, este es el otro acto de la tragedia del final abrupto y misterioso del presidente Chávez, cuando el 8 de diciembre pasado, sabido ya que era inevitable que no sobreviviría al cáncer, nombró a Nicolás Maduro como su sucesor, un funcionario de tercera categoría, que solo por la influencia cubana había sido nombrado canciller, y que en lo único que se había distinguido era como un obsecuente defensor de los intereses de Fidel y Raúl Castro en la Venezuela chavista.
El mismo títere, esquirol, y entreguista a quien los venezolanos acaban de hacer objeto de una aplastante derrota electoral, no obstante que con la asesoría y consultoría cubana, se pretendió perpetrar un fraude como los que acostumbraba a hacer Hugo Chávez, pero con mejor clase, estilo, o suerte.
De modo que, ahí están los vetustos y agónicos dictadores cubanos incursos en otra historia turbia de fraudes y asesinatos, pero sin dar cuenta de sus actos y al parecer preparándose para dejar la primera dinastía en la historia del continentepero con petrodólares venezolanos.
 @NoticieroDigital.com

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