La leyenda de Maisanta
Escrito por MANUEL FELIPE SIERRA
el Nov 18th, 2011 archivado bajo Colaboradores, Fábula Cotidiana, Manuel Felipe Sierra, Secciones.
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En 1974 José León Tapia publicó el libro
“Maisanta, el último hombre a caballo”, sobre el guerrillero Pedro
Pérez Delgado. Ya el nombre del personaje lo había consagrado Andrés
Eloy Blanco en un corrido escrito en el Castillo Libertador.
Posteriormente, Oldman Botello dio a conocer “La historia documentada
del legendario Pedro Pérez Delgado, Maisanta”.
Nacido en Ospino en 1881, a los 12 años
debió probar su valor personal cuando despachó en una calle de su pueblo
al coronel Pedro Macías, quien le “embarrigonó” a una hermana. En
Valencia había visto a tiro de fusil nada menos que a Joaquín Crespo,
envalentonado ante la revancha “mochista”; y una tarde en la Calle Larga
de Tinaquillo oyó por primera vez el grito de “¡Viva la Revolución!”.
Receloso, se acercó a una ventana para ver a un hombre que según Tapia
“era alto, delgado, blanco, pálido, de barbas negras, voz de tiple y que
gesticulaba con sus manos largas de dedos finos, pero faltándole el
pulgar de la derecha”. El “Mocho” Hernández hablaba de democracia,
elecciones libres, progreso y una Venezuela civilizada. El caudillo
pidió un cigarro pero que fuera partagás. “Búscalo tú muchacho”
le dijo a Maisanta. Pérez Delgado corrió por un pueblo que dormía la
siesta, entró a la Botica Nueva y contó al boticario Alfredo Franco que
era emisario del jefe rebelde. Franco lo miró, sonrió discretamente, se
metió la mano en el bolsillo y le dijo: “Llévale esa caja, son partagás”. Ese día ambos se sumaron a la revolución nacionalista de 1898.
Alrededor de Maisanta (así le decían por
su grito de “Mai Santa”, que significaba “Madre Santa”) se fue
construyendo la leyenda, no sólo por su valentía, sino también por su
personalidad carismática. Alto, blanco, mujeriego, insaciable tomador de
brandy, con un pañuelo al cuello, sombrero alón, polainas, y presto
para el acto relancino, no era como escribe Botello “un guerrillero del
montón, brillaba con luz propia y en muchas de sus acciones recordaba a
destacados jefes militares como Páez y Crespo”. Con el grado de coronel
en 1914 se incorporó al Ejército en San Fernando de Apure, y a bordo del
vapor Masparro combatió una sublevación; se apoderó de la nave con la
simpatía de la soldadesca y después de detener a varios oficiales se
devolvió a San Fernando pero fue rechazado en el intento de tomar la
ciudad. Ello marcaría un cambio en la conducta del combatiente. En junio
atacó y ocupó Nutrias, siguió a Elorza y luego se fugó a El Viento, en
territorio colombiano. Junto a Braulio Escalona, con quien trabó amistad
en el mostrador de una pulpería, se convirtió en blanco de las fuerzas
del gobierno. Se movieron en Arauca; hostigaron caseríos; organizaron
peonadas; se lucraron del negocio de las plumas de garza, de la
compraventa de ganado, cuero y de las contribuciones de guerra.
Capturados en Colombia Gómez pidió su extradición. Después de un intento
de evasión, fueron llevados al Panóptico de Tunja, donde permanecieron
durante treinta y tres meses.
Excarcelado en diciembre de 1916 se
separa de Escalona, quien se arroja por el barranco del pillaje y a
partir de entonces se gana los soles que otorga la temeridad. Participa
en invasiones frustradas, comanda batallas victoriosas y persiste en
organizar las huestes antigomecistas. En Puerto Carreño se incorpora a
las fuerzas del doctor y general Roberto Vargas y del famoso Arévalo
Cedeño. Asume la conducción de uno de los batallones para los
despiadados enfrentamientos que se avecinan: El 27 de mayo se cubre de
gloria en La Ceniza a orillas del Capanaparo, y en junio derrocha
valentía en la toma de Guasdualito.
Sin embargo, los rebeldes pierden la
batalla. Cunde el desconcierto, se avivan los resabios y las divisiones.
Tapia relata que mientras se decidía abandonar Guasdualito, Pérez
Delgado permaneció en silencio y luego dijo: “Malditos sean los doctores y todo aquél que aprovecha la guerra para ver si llega arriba a costa de los de abajo”. Antes de marcharse hacia Elorza, seguido por 22 hombres, habría exclamado: “Juro que no daré un paso más al lado de estos carajos”. Arévalo Cedeño cuenta: “A
media noche y con un temporal de agua, rayos y truenos, se presentó de
regreso el doctor París para decirme que sin pérdida de tiempo levantara
mi campamento, porque había algo muy grave que estaba pasando en
Elorza”. Según el jefe guerrillero fue informado que tanto Alfredo
Franco (el expendedor de brebajes de Tinaquillo) como Maisanta, habían
pactado desde el día anterior su entrega al gobierno.
Botello da a conocer varias cartas que
revelan cómo en la prisión, acosado por las penurias económicas, la
pérdida de la visión y el desencanto, Pérez Delgado envió mensajes al
propio Juan Vicente Gómez. El 16 de junio de 1922, desde la cárcel de
Ciudad Bolívar, escribe: “Es cierto, mi general que yo fui enemigo
del gobierno, pero cuando me convencí que andaba por camino extraviado,
me presenté y me dieron garantías. Desde ese instante juré ser su amigo y
hasta la fecha he sido leal con mi juramento. No tengo nada que se me
pueda arrojar a la cara y sin embargo estoy preso sin saber el porqué”. Luego añade: “Le
repito mi juramento de que soy su amigo leal y de que estoy dispuesto a
probárselo. Le pido justicia y aclaración de lo que se me achaca, en la
conciencia de que no soy culpable de absolutamente nada. Y espero que
usted con su clemencia y justicia que lo glorifica, en presencia de la
verdad, me conceda el honor de darme mi libertad con la misma emoción y
lealtad que le juré y le juro nuevamente. Soy su afectísimo amigo y
subalterno. Pedro Pérez Delgado”.
Maisanta murió en el Castillo de Puerto
Cabello el 8 de noviembre de 1924. Tapia sostiene que su muerte se
produjo después de consumir vidrio molido colocado en las magras
raciones de prisionero. En el corrido de Andrés Eloy Blanco se habla que
el guerrillero fue víctima de un satánico envenenamiento. Y Botello se
apoya en testimonios para demostrar que falleció por un infarto después
de padecer dolencias cardíacas postrado ante la imagen de la Virgen del
Carmen y con la mano izquierda apretando un escapulario y escoltado por
sus amigos Juan Carabaño y el capitán Eduardo D’Suze. Los compañeros de
prisión le colocaron los grillos que habían humillado sus tobillos y
permanecieron en vela toda la noche frente a su cuerpo desnudo. Al día
siguiente, una carreta de mula llegó con un cadáver al viejo cementerio
de El Olvido y los restos del combatiente fueron dejados en una fosa
común, donde se confundían héroes y villanos castigados sin distingo por
el terror gomecista.
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