Maduro después del “sacudón”...
septiembre 7, 2014 7:08 am
Aparte
de ser un pésimo lector de la crisis -un analfabeta funcional, para
precisar- Maduro también revela que es incapaz de mantener sus viejos
aliados mientras se atrae otros nuevos, y que nadie, como él, para no
alejarse del centro de un huracán que hunde sus índices de aprobación a
menos de 20 puntos.
Es otro ejemplo histórico de
inmolación política, de abulia y suicidio, como si presintiera que la
única forma de transcender y ser recordado es por esos minutos finales
que a lo mejor le inspiran algo.
En tales circunstancias
puede suceder lo impensable, es el “sacudón” más dramático de la vida
humana y quien sabe si surge el chispazo que permita decir lo
inesperado.
Un gesto, una frase, quizá una imagen, que por
lo menos insinúe que ahí, en la presidencia estuvo un señor cuya única
preocupación fue no hacer nada.
Creo que su última
aparición ante el país y ante los medios, la del martes pasado, estuvo
inscrita en esa modorra, pues, según transcurría, resultaba increíble
que al 90 por ciento de los que asistieron, dirigentes de su partido y
ministros de su gobierno, les machacara -en alta e inteligible voz- que
si había una crisis, él no la había notado y mejor era que cambiaran de
cassette y comenzaran a repetir que vivíamos en el mejor de los mundos
posibles
.
Hombres y mujeres que no le reían sus chistes,
que aplaudieron muy pocas veces y que, en cuanto se convencieron que el
presidente había ido hablar más insensateces y lugares comunes que
nunca, se largaron a dormir a pierna tendida.
En sentido
estricto, solo se veía a una funcionaria “a la bajura” de las
circunstancias, la ministra de la Defensa, “almiranta” Carmen de
Meléndez, muy contenta, al parecer, de su ratificación en el cargo y de
que la represión continuara como siempre.
Pero los que
permanecieron despiertos no salían de su asombro, resultándoles difícil
admitir que el presidente no estuviera persuadido del dilema de que, o
tomaba medidas económicas o se hundía.
Pero Maduro decidió
jugar a la ruleta rusa, a que sea lo que Dios quiera, a como vaya
viniendo vamos viendo y convencido que si se le viene encima otra ola de
protestas, se podrá contener con otro baño de sangre.
Disparatando
y como un elefante en una cristalería, lo vio también la mayoría de la
teleaudiencia que se acercó a enterarse de qué era aquello del
“sacudón”, si de verdad había un propósito serio en el anuncio de
“reforma de la economía” y si se adoptaría el cambio único o dual, o
aumentaba (y en cuanto) el precio de la gasolina.
También,
puede asegurarse, que se contaban por millones las amas de casa que se
mordían las uñas esperando alguna medida para aliviar el
desabastecimiento que les ha arrebatado la leche, la harina pan, el
arroz, el azúcar, la carne, el papel toalet, y tantos productos de la
cesta básica, sin los cuales, es imposible que una sociedad pueda sentir
que vive una existencia decente y civilizada.
Y tanto
como las amas de casa, los enfermos, en los hospitales, y en sus casas,
sin medicinas ni equipos médicos para tratar sus dolencias, y que, como
el resto de los venezolanos ha rodado hacía el abismo de la carestía y
las carencias enfrentados a esta subespecie de gobernantes para quienes
la vida no vale nada.
Lo saben mejor que nadie las
víctimas del hampa común (y de todas las hampas), reducidos a sus casas y
abandonados en calles y lugares de trabajo por un estado fallido,
indefensos y a la buena de Dios, frente a feroces asesinos que, por no
dejarse arrebatar unos pocos cobres, un par de zapatos, un celular o un
objeto cualquiera, les quitan la vida.
Hasta 25 mil
venezolanos fueron asesinados el año pasado por las pistolas y toda
clase de armas de estos criminales, y a los cuales Maduro, por ser
incapaz de combatirlos, ha incorporado a sus cuerpos represivos.
En
mucho sentidos, es una suerte de fuerza militar nueva, siglo XXI,
informal y anormativa, pero diluida entre la oficial, formal y regular
y, por eso mismo, más eficaz e indetectable a la hora de ejecutar sus
crímenes.
Viene operando a pocos años de establecida la
llamada revolución, que había dado pruebas de su irrupción en señalados
choques del pasado, pero que solo ahora y a raíz del estallido
estudiantil que se lanzó a protestar contra Maduro de febrero a junio de
este año, se reveló como una fuerza paramilitar que llegaba a
complementar las fuerzas regulares y, en muchas ocasiones, a
sustituirlas.
En otras palabras: que sobre este volcán en
ebullición fue cómo apareció Maduro el martes pasado, a implementar su
“sacudon”, decretar sus reformas económicas, anunciar el cambio único o
dual y anunciar el aumento de la gasolina, y sobre estos temas fue
precisamente que no dijo una palabra, como si no existieran y su
programa en el corto, mediano y largo plazo, fuera profundizar la
tragedia que el socialismo tiene como menú principal para los
venezolanos.
Porque ese fue, en última instancia, y por
sobre todo, el asunto que no se quiso abordar, el del socialismo, que es
el sistema económico y político que al margen de la constitución, y a
trancas y barrancas, ha querido imponérsele a los venezolanos, pero para
no conducirlos a otro paraíso que el que vivieron los soviéticos, los
chinos comunistas, los países de Europa de Este y viven Cuba y Corea del
Norte.
Reliquias donde imperan la más absoluta miseria,
regímenes de partido y pensamiento únicos y feroces dictadores que
destruyen cualquier vestigio de individualidad para que los derechos
humanos sean borrados del recuerdo como si jamás hubieran existido y la
sociedad retroceda a la Edad Media o al mundo antiguo.
Amenazas
que no son espejismos, empezaron y se fueron estableciendo según la
sociedad redujo sus necesidades al mínimo para existir y devenir en una
masa que solo busca alimentos, medicinas y bienes y servicios que
siempre se le niegan o se les suministran por cuenta gotas.
Panorama
que no es un accidente, sino un objetivo que los llamados socialistas o
comunistas buscan persistente e incansablemente, sea a través de
crueles dictaduras o de sistemas de simulación democrática, en los
cuales, ya sea por la tortura, la cárcel, la muerte o las engañifas
electorales siempre se arriba a lo mismo: la dictadura del caudillo
redentor que gobierna a nombre del hambre.
Libreta de
racionamiento o captahuellas para dosificar y al fin acabar con los
suministros alimenticios, son parte de este sistema que solo favorece a
la élite que se somete a la esclavitud del Único, mientras se la impone
al resto de la sociedad.
Y desde esa perspectiva, que
Maduro no vea, no oiga, ni perciba la crisis es lo normal, y que
contrario al resto de los venezolanos se sienta contento con sus
resultados, fue lo que nos dejó el “sacudón”.
Manuel Malaver
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