Maduro, el crédito que nunca tuvo por Luis De Lion
29 Sep 2013
El venezolano de a pie, la gente simple, los honestos, los
ciudadanos, que no les sobra ni el tiempo ni el dinero, los que
constituyen esa mayoría silenciosa, cómo no van a indignarse ante la
escasez. Cómo los mismos que tienen la muy legítima ambición de vivir en
paz van a entender que el gobierno dude en aplicarle la ley a los
motorizados, cuando se trata de un gesto de orden público. Cómo van a
respetar un presidente que recibe anuncios a través de un pajarito y
dice tener corazonadas respecto al avión presidencial.
Cómo no van a mostrar su rechazo, cuando descubren que 1.3 toneladas
de cocaína salen del aeropuerto de Maiquetía sin control alguno,
mientras a los pasajeros se les registra hasta el último rincón por una
GNB cuya divisa es humillar. Cómo no van al cabo del tiempo y por sus
propias vivencias a desafiar a la justicia, si ésta no hace su trabajo.
La administración de justicia, dejó de actuar en nombre del derecho,
para hacerlo a conciencia ideológica. No es solo un asunto de derecho,
también está la moral.
El derecho como fuente de la ley, ésta a su vez es la emanación de la política, y la política es gobernada por la ideología.
La rígida ley del Trabajo es otro patético ejemplo. Fue votada por
gente que ni trabaja ni tiene problemas económicos, y que además ven en
el empleador, en el patrono, un enemigo. ¿Dónde está la igualdad tanto
enunciada? Un régimen que se dice de izquierda y legisla contra la
libertad de las personas.
Todo un dogmatismo arcaico y demagógico. Ante la ausencia de una
oposición política, la cual yace distraída y desinteresada, provoca
decirles que echen un vistazo a la izquierda alemana y a la derecha
también.
Ni promesas, ni conciencia. Maduro no tuvo necesidad de hacer
promesas de campaña. Practica una política flotante, persigue con furia
toda vía de libre expresión y con la misma saña miente cada vez que se
dirige a la nación. El descrédito originario, que le asedia, se pone en
evidencia en su desastrosa gestión económica. Es tal el descontento que
suscita, que la crítica es generalizada, en el clima de insatisfacción
se incluyen todos los ámbitos. Escasez, inflación, devaluación,
desempleo e inseguridad. ¿Era urgente que Maduro metiera sus narices en
el affaire Snowden? Todo al principio parece hecho para chocar, para
molestar, para irritar, para provocar.
Maduro luce empeñado en sumergirse en la arena movediza del rechazo,
de la reprobación. Una pretensión aún más ridícula viniendo de un
político sin credibilidad, sin popularidad. Un desprecio por los asuntos
prioritarios, con una arrogancia insensata, pretendiendo una supuesta
continuidad, de algo que fracasó.
Sin sorpresa, todo le estalla en el rostro. Bien sean decisiones de
orden económico, social o de política exterior. Todo se plantea y se
implementa con el objetivo de crispar, lo cual no hace otra cosa que
aumentar la decepción y el descontento producto de una política
económica incomprensible.
Su empeño por abarcarlo todo, en su política de destrucción, lo
convierte en el blanco de las críticas que suscitan sus políticas, al
punto que comienzan a recaer sobre él culpas de las cuales no es
directamente responsable.
Eso en política, se llama una severa crisis de autoridad. Producto de
una ambición desmesurada, de compromisos inabordables, de decisiones
puestas en entredicho apenas afrontan el mundo real, una mayoría
legislativa insuficiente y deshilachada y la perseverancia en mantener
un discurso confuso.
Resultado, un país al borde de la implosión. Sin duda una obra
suicida. El desastre ya no se anuncia, está presente y el responsable no
se da por aludido.
luisdelion@gmail.com
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