¡QUE SE JODAN!
Resulta incomprensible que Chávez
haya sido reelecto. Resulta insólito que un país que día a día sufre el
crimen galopante, la ineficiencia de los servicios públicos, el engaño
permanente, el desabastecimiento de alimentos básicos, haya reelegido al
responsable de la debacle nacional. Eso sin tener en cuenta la
destrucción de las industrias básicas, de la agricultura, de PDVSA, y de
todo el aparato productivo.
La campaña de Capriles fue un
sacrificio personal que no condujo a la victoria de la luz sobre la
oscuridad. No deseo para mis hijos ni para mi familia, la vida en la
oscuridad. El esfuerzo de Capriles ha sido loable. Pero si los
venezolanos, mayoritariamente, prefirieron la oscuridad y el desastre
nacional. Allá ellos. Yo no los acompaño en ese deseo, ni me siento
parte de esos venezolanos. Por el contrario, me siento avergonzado por
ellos, los repudio. No puedo compartir sus anti-valores ni sus
decisiones. Me siento totalmente ajeno a esa Venezuela de la sumisión,
el militarismo, la corrupción, el jalabolismo, el conformismo y la
limosna.
Serán seis años más de atropellos,
abusos, muertes y asalto al tesoro público por parte de la
boliburguesía. Serán seis años más de promesas y ofertas incumplidas.
Serán seis años más de justicia corrompida. De atropello a los derechos
humanos. De un gobierno de ladrones. Serán seis años más de hambre y
miseria. Serán muchos años más de retroceso. Pero si eso es lo que los
venezolanos quieren, lo que los venezolanos desean, que así sea. Que lo
sufran y bastante. Pero que no vengan luego a llorar las consecuencias.
Los pueblos a lo largo de la
historia han mimado, consentido, elegido y reelegido a dictadores y
tiranos de toda ralea. Pueblos supuestamente cultos, como el alemán
eligieron a Hitler. Por eso, nada de extraño tiene que un pueblo no tan
culto ni desarrollado como el venezolano quiera a un farsante como
presidente por veinte años.
Siempre he sostenido y creído que
Chávez representa el espíritu de buena parte de nuestra población:
abusador, irrespetuoso de la ley y el orden, chabacano, vulgar, promotor
de la irresponsabilidad social y de un simplismo primitivo en sus
razonamientos. Desgraciadamente son vicios comunes a la mayoría de los
venezolanos.
El militarismo venezolano, en el
sentido de admiración por los uniformados, es un cáncer que acompaña a
la sociedad venezolana gracias a Bolívar y a los feligreses del
enfermizo culto a su personalidad. Chávez ha sabido manipular esa
deformación de la cultura venezolana que lo llevó al poder. Me molesta
mucho cuando oigo a Chávez y casi todos los políticos nuestros decir que
“somos los hijos de Bolívar”. Que vaina más cursi y ridícula. Yo no soy
hijo, ni sobrino, ni primo, ni un carajo de Bolívar. El primer narciso y
dictador producido por mi Caracas.
Me mueve a risa cuando oigo a los dirigentes de nuestra sociedad hablar del “espíritu democrático de los venezolanos”
que no es sino un mito más. Y recuerdo como la admiración por los
dictadores de uniforme llevó a la enmienda constitucional Nº1 para
impedir la elección de Marcos Pérez Jiménez. Gruesos sectores de la
población admiraban y deseaban la vuelta del dictador en los años
setenta.
Los boliburgueses como los Ruperti,
los Salazar Carreño, las Rondón de Sansó, los Víctor Vargas, los
Diosdado, las Barbies de la Robolución, etc., deben estar hoy felices.
Brincando en una pata. Las Barbies estarán dispuestas a bajarse las
pantaletas ante Merentes o ante Isea y los Ruperti o los Salazar a
revolcarse en una cama con Rafael Ramírez por un puñado (grandote) de
billetes. Lo que sea para continuar como voraces sanguijuelas saqueando
a la Nación a cuatro manos.
Los apagones continuarán pero no
importa. Los muertos en las calles de ciudades y pueblos continuarán
pero no importa mientras no les toque a ellos, lo importante es la
dádiva miserable de la “misión” que al menos les da para la cerveza o el
negocio que los convierte en magnates. No importa que no haya empleo,
al fin y al cabo trabajar es una ladilla, trabajar es para los burros.
No importa que las calles, los puentes y las carreteras se caigan a
pedazos, yo no tengo carro dicen los pelabolas y los magnates dicen yo
tengo mi LearJet o mi Bombardier. ¡Que se jodan los que tienen carro!
No importan que el hampa, cabroneada por el gobierno mate a 20.000 al
año, lo que me importa es que me den mi vainita cada semana mientras no
me maten a mi, dicen los pelabolas y los magnates dicen: a mi no me
preocupa porque tengo camioneta blindada y 10 guardaespaldas. No importa
que el gobierno no construya viviendas, yo me conformo con mi rancho.
No importa que no hagan escuelas porque por mandar a mis hijos a la
escuela no me dan un carajo. No me importa que Chávez regale los dineros
de los venezolanos a otras naciones porque en definitiva a mi no me
tocaría nada de ese billete.
Además, el
comandante-presidente-líder-de-la-robolución, no anda con mariqueras de
que si la constitución o las leyes, él es un arrecho, anda por la calle
del medio. ¡Así, así, así es que se gobierna! El slogan político más
apegado a la mentalidad del venezolano.
Estimados amigos, debo confesarles
la verdad: nací en Venezuela, en una Venezuela y en una familia que me
decía que debía vivir con dignidad. No escogí nacer en Venezuela. Pero
me tocó semejante vaina. No comparto los valores de una población que
escoge para dirigir sus destinos a un atorrante como Hugo Chávez. Que le
rinde culto a un adefesio moral semejante. A mi edad, en exilio, no
dispuesto a someterme a la prisión ordenada por este hijo de puta y en
cierto modo compartida por unos cuantos millones de hijos de puta, lo
más probable es que nunca más regrese a la que creí y amé como mi
patria. A la que le dediqué lo que podía dedicarle. Pero la realidad me
dice que me equivoqué. Por lo menos la mitad de los venezolanos no
merecen mi respeto ni compartir la misma nacionalidad conmigo. O ellos
no son venezolanos o yo no soy venezolano. Pónganlo como quieran. No
creo en reconciliación ni en lágrimas de cocodrilo.
¡¡¡Escogieron a Chávez hasta el 2019, que se jodan!!!
Prefiero la dureza del exilio que la ignominia de la sumisión a semejante cretino vegetativo.
Joaquín Chaffardet
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